martes, 3 de noviembre de 2015

El perdón, fortaleza del ser humano




por Isabel Sala

Al dejar el Opus Dei, una vez fuera y resuelta la vinculación jurídica con la institución, el sentimiento más extendido es el de querer pasar página y seguir viviendo. Poner un punto y final a una etapa de la vida y empezar otra diferente, con un enfoque nuevo, con una forma distinta de hacer las cosas, decidiendo nosotros lo que queremos hacer y cómo queremos hacerlo.

Para poder pasar página de verdad y poder seguir escribiendo los capítulos del libro de nuestra vida sin necesitar volver a cada momento hacia atrás para revisar los capítulos anteriores, es necesario perdonar; perdonar todas las ofensas recibidas y todo el daño en ocasiones irreparable que se nos ha hecho. Si no perdonamos, alimentamos cuanto menos el rencor y el resentimiento y en ocasiones también cierta sed de venganza más o menos reconocida o expresada. 

El resentimiento es un sentimiento natural en una persona que ha recibido una ofensa. Es una reacción inconsciente. Pero ¿cómo nos libramos del resentimiento?

Como ocurre con toda emoción negativa, para librarse de ella lo primero que hay que hacer es reconocer (-se) que se tiene y además permitirse tenerla; no reprimirla, ni negarla, ni luchar contra ella. Dejarla salir, compartirla con alguien que sepamos que nos va a entender, que va a recibir lo que le contemos. Y una vez exteriorizada y compartida, dejarla ir.

Esto de dejarla ir es más fácil de decir y recomendar que de llevar a la práctica, pero sin duda hay unas cuantas cosas que puedes hacer y que lo van a facilitar. 

Para empezar puedes dejar de entretenerte en todos los pensamientos negativos que te surgen en torno a los agravios sufridos y que luego, si no los cortas a tiempo, se van extendiendo a todos los ámbitos que guardan alguna relación con el ofensor. La tendencia de nuestra mente es a pasar una y otra vez la película del momento del agravio. A cámara lenta, desde este ángulo y desde este otro... Incluso editarla mentalmente añadiendo lo que nosotros debíamos haber dicho y no dijimos, y las consecuencias que imaginamos que nuestra diferente forma de responder a la ofensa habría tenido. De esta forma, cada vez que volvemos a visualizar la película, abrimos de nuevo la herida que aquella ofensa nos produjo, impidiendo que cicatrice. El tiempo todo lo cura...pero tenemos que dejarle que lo haga... Lo que pasó queda en el pasado, no le des vueltas. Ocúpate en cosas que te distraigan. Haz ejercicio físico, involúcrate en actividades que te mantengan ocupada la mente. Haz algo por los demás, dedica una parte de tu tiempo a ayudar a otras personas; te ayudará a salir de ti y a romper la tendencia compulsiva de tu mente a darle vueltas a lo mismo todo el rato.

Te ayudará a mitigar la intensidad del dolor que sientes el mirar lo ocurrido desde otras perspectivas. Si el dolor es muy reciente y muy intenso será difícil, pero si eres capaz de hacerlo te será de mucha ayuda. ¿Cabe la posibilidad de que la persona que te ofendió no fuese consciente de todo el daño que te estaba produciendo?; ¿es posible que, por la razón que fuera, no fuese capaz en ese momento de hacer las cosas de forma distinta?; ¿quizás cometió una torpeza o sencillamente hizo lo que pudo pero no era capaz de hacerlo mejor? Nada de esto justifica el agravio cometido, pero sin duda el ver las cosas desde otras perspectivas y el considerar otros escenarios posibles nos ayuda a suavizar los sentimientos y sobre todo el rencor; o a impedir que surja.

La actuación sobre el pasado no es posible. Solo tenemos capacidad real de actuación en el presente. El pasado está cerrado, no lo podemos cambiar de ninguna manera y por lo tanto toda la energía que pongamos en hacerlo, siquiera mentalmente, no sirve para nada; la perdemos. Así que después de considerar otras perspectivas y suavizar la intensidad de tus sentimientos, seguramente te dará un resultado más satisfactorio el concentrar toda tu energía en cambiar las circunstancias de tu vida presente que no te gustan y el empezar a dar pasos pequeños pero mantenidos en el tiempo que te lleven al cambio consistente que quieres producir.

Ahora solo te queda lo más importante: perdonar. Perdonar al otro y la ofensa recibida y quizás también perdonarte a ti mismo por tu parte en consentir la ofensa y/o en la reacción o respuesta que le diste. Perdonar no significa olvidar, no significa justificar al ofensor ni la ofensa recibida, no implica el excusarle por lo que ha hecho, no es aceptar lo ocurrido con resignación, no es negar el dolor que sentimos o engañarnos acerca de lo que sentimos, no es minimizar ni quitar importancia a lo ocurrido y por supuesto no significa estar de acuerdo y darle la razón. Perdonar es romper el lazo que nos ata al agresor a través de la ofensa, librarse de él, desengancharse, de forma que al seguir viviendo cada vez nos alejemos más de lo ocurrido en el pasado. No perdonamos porque el ofensor lo merezca, perdonamos por nosotros mismos, por higiene emocional, por salud del alma.

El perdón tiene que ser incondicional. No es necesario por tanto que el ofensor reconozca la ofensa y se disculpe por ella para que le perdonemos, ni tampoco que deje de repetir esa misma ofensa en otros. Perdonamos por nuestro propio bien, para no tener resentimiento ni rencor, que son sentimientos corrosivos para el alma, porque son incompatibles con el amor. Perdonamos para vivir sin amargura en el corazón. No perdonamos como el juez que absuelve, nosotros no somos jueces, solo Dios lo es. Dios puede juzgar entre otras razones porque tiene todos los datos, es el único que ve en el corazón de las personas, el único que conoce la perspectiva correcta desde la que mirar a lo ocurrido. Nosotros no la sabemos, por lo tanto no podemos juzgar de forma justa y absolver o condenar. Pero podemos abrir nuestro corazón y dejar ir la ofensa desde nuestro lado, dejando la sentencia en las manos de Dios y de su Justicia.

Al hacerlo, no está de más recordar que también nosotros ofendemos a los demás, que muchas veces lo hacemos sin darnos cuenta, que otros están seguramente ahora intentando mirar desde otra perspectiva las ofensas que nosotros hemos cometido con ellos y que con un movimiento generoso de su corazón están eligiendo perdonarnos y dejarnos a nosotros y nuestras ofensas en manos de la Justicia divina. "Perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden".

miércoles, 3 de junio de 2015

Levar el ancla



Por Isabel Sala


Hablaba hace unos días con una persona que dejó el Opus Dei hace unos años después de ser numerario durante muchos otros. No era la primera vez que lo hacíamos. Un hombre bueno e inteligente al que no le gusta dónde se encuentra ahora y quiere producir cambios en su vida que le lleven al lugar donde quiere estar. Ahí andamos trabajando…

Después de cada sesión siempre me quedo con la sensación de que hay “algo” que le impide avanzar de forma proporcionada a su interés auténtico por hacerlo y al esfuerzo que pone. Y al final salió y con su permiso y sin dar ningún dato que pueda ayudar a identificarlo, lo comparto con vosotros por si alguno o alguna está en una situación semejante.

Lo que le pasa es que pidió la Admisión en el Opus Dei después de tomar una decisión que tiene claramente identificada y que considera equivocada. Decisión que era además fácilmente evitable. Y después de muchos años no es capaz de desprenderse de esta pregunta: “¿por qué hice aquello? Fue una decisión completamente anómala, no ya en la persona que soy hoy, sino también en la persona que era entonces…”. Y por supuesto a continuación de esta pregunta llega esta otra: “¿qué habría pasado si yo no hubiese tomado aquella decisión tan tonta?”.

 No importa cuánto trabajemos y cuánto interés pongamos en seguir construyendo una bonita vida después de salir del Opus Dei, no vamos a conseguir ser realmente felices si no somos capaces de dejar ir esta pregunta sin contestarla. Porque esta pregunta no tiene respuesta realmente, y todo el tiempo que empleemos intentando contestar una pregunta que no tiene respuesta, es un tiempo perdido que restamos del tiempo que nos queda por vivir. Y además, poniendo el foco de nuestra atención en algo a lo que damos vueltas y más vueltas como moviéndonos en un bucle del que no podemos salir, porque no hay salida, es frustrante y la frustración mantenida en el tiempo no lleva a ningún lugar mental y/o emocionalmente saludable.

No me voy a cansar nunca de repetir esto: la bola de cristal realmente no funciona…, así que mi consejo es que no pierdas tu tiempo ni consumas tu energía vital en intentar ver en ella ni tu futuro, ni el hipotético e idílico presente que estarías disfrutando ahora de haber tomado en el pasado decisiones diferentes a las que de hecho tomaste.

No te castigues por ello tampoco. Todos hemos tomado en nuestra vida decisiones que a día de hoy no tomaríamos; decisiones “equivocadas”. Generalmente tendemos a etiquetar como tales a todas las que, a toro pasado, vemos que nos han traído un sufrimiento considerable. Como si el propósito de la vida fuese evitar el sufrimiento… Pero no lo es. Se trata más bien de andar a través de los inevitables sufrimientos aprendiendo de ellos. El dolor y el sufrimiento son como alarmas que se disparan para llamar nuestra atención acerca de algo en nuestra vida que no funciona bien. Cada uno es una oportunidad por lo tanto para aprender y para crecer. Y no estoy con esto invitando a nadie al masoquismo; el dolor y el sufrimiento hay que atravesarlos, no montar una tienda de campaña e instalarse en ellos.

Cuando no dejamos ir el recuerdo a veces compulsivo de las decisiones equivocadas que tomamos en su día, esas decisiones se convierten en un ancla muy pesada que nos fija en nuestro pasado y no nos deja avanzar. Como estamos unidos al ancla a través de una cuerda más o menos larga, eso hace que tengamos la sensación de irnos alejando del pasado a medida que transcurre el tiempo y nos movemos hacia adelante en nuestra vida. Pero “por alguna razón” nunca perdemos de vista ese pasado, nunca deja de afectarnos, no conseguimos minimizar su influencia sobre nosotros lo suficiente como para que no nos duela. La única forma de hacerlo es levar el ancla y para ello dejar ir todo lo que pudo ser y no fue, ni lo será. Y todas las preguntas que no tienen respuesta.

La vida de cada persona encierra en el momento de nacer un enorme potencial. El lugar y la familia en la que nacemos ya han reducido mucho el potencial absoluto que tendríamos como seres humanos, pero los posibles caminos por los que esa persona que acaba de nacer puede andar en este mundo son todavía numerosísimos. De todos ellos, solo andará uno. Y ese camino lo va a ir delimitando con las decisiones grandes, medianas, pequeñas y microscópicas que va a ir tomando a lo largo de cada día de su vida (y cuando no tenga aún capacidad de decidir, por las que tomarán los demás por ella). Cada decisión es una elección que abre unas puertas y nos cierra otras. Las cierra para siempre y no hay nada de malo en ello, porque no hay una vida más ideal que otra, mientras ambas estén edificadas con solidez y coherencia y la persona que las vive sea realmente feliz en ellas.

Cada cosa que hacemos o dejamos de hacer y también cada cosa que decimos o elegimos no decir, va a tener consecuencias directas en nuestra vida y más o menos directas o indirectas en la vida de muchas otras personas. Una pequeña parte de esas consecuencias son más o menos previsibles, pero la mayoría son imprevisibles. No sabemos nunca por lo tanto todas las puertas que hemos cerrado al tomar nuestras decisiones ni a dónde nos podrían haber llevado. No hay forma de saber cómo habría sido nuestra vida hoy de haber tomado en el pasado decisiones distintas a las que tomamos.

Pero hay una cosa que sabemos con certeza: lo que tenemos hoy, aquí, en este momento. La vida que tienes ahora es absolutamente real, no necesitas imaginar ni especular, solo mirarla. Actuando sobre lo que es real (y solo lo es el momento presente) podrás tomar decisiones conscientes cuyas consecuencias previsibles sean las que tú quieres. Eso es lo máximo que está en tu mano hacer y es muchísimo. Lo que no está en tu mano controlar, déjalo ir, porque si no lo sueltas con el tiempo adquiere forma de ancla y ejerce como tal.

¿Cuántas anclas tienes en tu vida que te impiden navegar hasta el mar que tú quieres? O puedes planteártelo también al contrario: ¿estoy en el mar donde quiero estar?; y si la respuesta es no, ¿por qué?, ¿hay algo que me frena y no me deja alejarme suficientemente de un pasado que no me gusta? ¿Qué pasa si tomo la decisión consciente y plenamente libre de no querer contestar a esa pregunta: “¿qué habría sido de mi vida si no hubiese tomado esta o aquella decisión equivocada”? (y de paso también dejar ir la respuesta que le sigue con frecuencia: “mi vida habría sido sin duda mejor”).

No importa el tiempo que haga que has dejado el Opus Dei, te invito a que te hagas estas preguntas y te las respondas con honestidad. En ocasiones ocurre que determinadas experiencias en nuestra vida nos marcaron una cantidad X, pero nosotros al no dejarlas ir conseguimos que nos afecten X multiplicado por tantas veces como volvemos a hacerlas presentes en nuestra vida con el vaivén de las olas y el tirón que nos pega la cuerda que nos une al ancla.


El pasado ha conformado quién eres hoy. Cumplida su misión, déjalo ir . Verás qué libre te sientes.

martes, 27 de enero de 2015

La Orientación Victimista

por Isabel Sala


Cada uno de nosotros tenemos una orientación frente al mundo, un punto de referencia, una posición mental que determina nuestra dirección en la vida. David Emerald, en su libro The Power of TED*, lo compara muy acertadamente con una brújula.  La brújula nos facilita un punto de referencia indicándonos cuál es el Norte y a partir de él podemos trazar una ruta. Nuestra orientación, o nuestro punto de partida mental, tienen mucho que ver con la dirección que tomamos en nuestra vida. Es decir, que nuestra orientación determina bastante lo que será nuestra experiencia vital.

Aquello en lo que ponemos el foco de nuestra atención va a condicionar nuestra forma de actuar. Cualquier cosa en la que ponemos el foco de nuestra atención va a provocar en nosotros algún tipo de respuesta emocional, un estado interno. Por ejemplo, si nos sentamos en un camino de montaña y nos dedicamos a observar por un rato las cumbres, los prados y las vacas pastando en ellos, es fácil que sintamos un estado interno de calma y serenidad. Ese estado interno nos motivará a actuar de una determinada forma; motivará nuestro comportamiento. Siguiendo el ejemplo anterior, el estado interno de calma y serenidad puede movernos a reducir nuestra velocidad y a la contemplación o la introspección, por ejemplo, lo cual es por lo general más complicado si nos sentamos en un banco de una avenida muy transitada de cualquier gran ciudad.

En la Orientación Victimista, el foco se pone en un problema. La Víctima pone su foco de atención en su Perseguidor al que identifica como la causa de sus males; o el Perseguidor en la Víctima, a la que ve como un problema. El problema puede ser una persona, una condición o una circunstancia de nuestra vida como ya vimos en publicaciones anteriores.

El poner la atención en un problema nos genera invariablemente un estado interno de ansiedad, que es el estado interno habitual de la Orientación Victimista y que puede ir desde un cierto malestar o molestia hasta un auténtico terror. Ese estado interior de ansiedad pone en movimiento un comportamiento, que es como una especie de reacción, y que suele ser bien luchar, marcharse o quedarse paralizado.

La mayoría de las personas pasan una parte muy importante de su tiempo buscando soluciones a problemas de todo tipo; los problemas constituyen el centro de su vida, lo que recibe toda su atención.

Cada uno de los tres roles que conforman el Triángulo Dramático ve a los otros roles como problemas a resolver.

Cuando funcionamos con la Orientación Victimista, tenemos la ilusión de que estamos reaccionando frente a un problema, cuando de hecho estamos reaccionando frente a la ansiedad que nos genera ese problema. No nos movemos tanto para solucionar el problema actuando sobre sus causas, como para terminar con el malestar que nos provoca la ansiedad. Si no sentimos ansiedad perdemos la motivación para hacer algo al respecto del problema. Así que de hecho si seguimos esta Orientación, necesitamos de problemas para seguir moviéndonos!

Si la acción que llevamos a cabo para disminuir la ansiedad es eficaz, ésta disminuirá pero el problema seguirá ahí intacto porque no hemos actuado sobre él. La menor ansiedad “nos dará la sensación” de que las cosas están mejor y nos relajaremos, pero es cuestión de tiempo que el problema vuelva a emerger generándonos cada vez mayor ansiedad. 

Esos problemas que parecen volver de forma recurrente una y otra vez en nuestra vida, con casi total seguridad nos mantienen funcionando dentro de una Orientación Victimista. Los problemas prácticamente nunca se resuelven desde una Orientación Victimista. Para solucionar un problema de raíz, generalmente es necesario poner nuestra atención en el medio y largo plazo, y en la Orientación Victimista esto no es posible porque al disminuir la ansiedad perdemos la motivación.

Un claro ejemplo de esto lo tenemos en los casos de maltrato de cualquier tipo: el verdugo maltrata a la víctima, luego le pide perdón y con ello reduce la ansiedad que le produce el sentimiento de culpa; las cosas van bien por un tiempo hasta que la vuelve a maltratar. Porque pidiendo y recibiendo perdón, ha reducido su sentimiento de culpa (mejora el malestar que le genera su estado interno) pero no ha actuado sobre la causa de esa violencia, que es el verdadero problema y sigue ahí intacto.

El Triángulo Dramático es la consecuencia de vivir con una Orientación Victimista. En dicho triángulo, como hemos visto, se dan solo tres posibles reacciones: pelear, marcharse, o quedarse paralizado. La Víctima puede enfrentarse a su Perseguidor y acabar intercambiando roles con él; o puede apartarse de él y buscar un Salvador que le proteja; o puede quedarse paralizada (puede quedarse bloqueada, paralizada, insensible ante el dolor que le produce el Perseguidor: adicciones de cualquier tipo, alcohol, juegos, trabajo, sexo...).

Generalmente cuando reaccionamos desde la Orientación Victimista, acabamos  agravando el problema que queríamos resolver. Por ejemplo: cuando una persona ha tenido relaciones personales en las que ha sido abandonada, no es infrecuente que desarrolle un miedo al abandono. Tiene como un radar que la hace hipersensible a los pequeños signos de que la otra persona va a abandonarle (pareja, amigo, etc) y empieza a reaccionar ante cada posible pista de que “algo va a salir mal”. Se vuelve insegura y dependiente. Se aferra con tanta fuerza y se concentra tan intensamente en esa relación, que la otra persona empieza a sentirse asfixiada o presionada y reacciona apartándose de ella. Que es exactamente lo que se quería evitar… Esto es así porque se reacciona actuando para disminuir el miedo que se siente de ser abandonado (emoción = estado interno) en lugar de actuar sobre el problema que lo causa (falta de autoestima, falta de seguridad en uno mismo, sentir que no se es suficientemente bueno para ser amado, etc).

Cuando estamos metidos en esta dinámica, creemos que nuestros problemas están “ahí afuera” creando nuestro sufrimiento y no nos damos cuenta de cómo nuestras propias reacciones contribuyen a ese sufrimiento. Pensamos que el dolor existe en nuestro entorno y si podemos arreglarlo ya sea luchando, huyendo, o quedándonos paralizados, nuestra vida será mejor o más fácil.

Hay Víctimas que son reales (guerras, abusos, hambrunas…). Pero si bien es cierto que algunas circunstancias no las generamos nosotros, también es cierto que la forma en que reaccionamos ante esas circunstancias puede generar todavía más sufrimiento y mantener este ciclo activo.


lunes, 26 de enero de 2015

El Triángulo Dramático (y VI): Cuando elijo ser el Salvador

por Isabel Sala


Para acabar con esta serie de publicaciones en las que hemos ido desmenuzando los distintos roles que forman parte del Triángulo Dramático, vamos a observar el papel del Salvador desde un punto de vista diferente: cuando somos nosotros los que elegimos colocarnos en ese papel y focalizar nuestra energía en salvar a alguien o nos dejamos arrastrar por alguna Víctima al papel de ser su Salvador.

Es frecuente que el Salvador se sienta rechazado o disgustado cuando la Víctima no hace lo que le sugiere que haga o no valora la ayuda que le brinda. Entonces se siente un mártir y cambia al papel de Víctima, convirtiendo a la Víctima en su Perseguidor(“con todo lo que me esfuerzo por ayudarte y tú no haces caso de lo que te digo, y así te va…”).
  
Igual que vimos en la publicación anterior pero en sentido contrario, en el tema que nos ocupa actuamos como Salvadores cuando de forma más o menos sutil intentamos imponer nuestra experiencia en el OD a otras personas que están dentro o que ya han salido. Cuando damos por supuesto que todo el mundo está mejor fuera del OD porque nosotros lo estamos, cuando damos por supuesto que todos deben salir del OD o de lo contrario no están siendo honestos.  Estamos de hecho intentando salvarles de algo que consideramos malo pero sin contar con su opinión y sin respetar su decisión al respecto. Cuando queremos que salgan y que salgan ya, cuando nos molesta que no nos hagan caso, cuando no respetamos y comprendemos que cada persona es ella con su conciencia y sus circunstancias, estamos de hecho intentando “salvarles” y sintiéndonos ofendidos porque no hacen caso de nuestros consejos o nuestra experiencia, porque sentimos que no somos bastante buenos como para que lo que decimos sea tenido en cuenta. Cuando nos empeñamos en hacerles ver las cosas como nosotros las vemos ahora sin conseguirlo, o cuando incluso lo rechazan y nosotros nos enfadamos y/o ofendemos por ello, estamos actuando como Salvadores transformados en Víctimas o incluso en Perseguidores.

Es importante darse cuenta de que cada persona es libre de seguir o no nuestros consejos en su propia vida y el hecho de no seguirlos no quiere decir que se equivoque (ni que nuestros consejos no sean fantásticos). Cada persona tiene un camino que andar (el suyo solamente) y lo anda lo mejor que sabe y puede en cada momento. Cuando se nos pide consejo o si pensamos que debemos dar nuestra opinión al respecto de lo que sea, somos de mucha más ayuda si somos capaces de darlo con desprendimiento, dejando un “espacio” de respeto para que la persona se sienta libre de aceptarlo o no. Es lo contrario de lo que aprendimos en el OD si te fijas, donde los consejos son órdenes tajantes (“un por favor es el imperativo más fuerte”) y donde no se deja el más mínimo resquicio para elegir libremente. 

Cada uno de nosotros podemos colocarnos en cualquiera de los tres papeles del Triángulo Dramático de forma más o menos permanente, pero por lo general los alternamos según las circunstancias. Con frecuencia permitimos que otras personas nos empujen a desempeñar un determinado papel. Estos tres papeles pueden ser obvios y  explícitos,  o sutiles y seductores. Por ejemplo, el Salvador puede ser una cerveza más, una partida de videojuego más, o un amigo que te dice "es tremendo eso que te han hecho, pobre..." mientras tú te quejas de algo que te ha pasado. Hay una fina y en ocasiones sutil línea que separa el escuchar a alguien para que se desahogue y el actuar como su Salvador. Cuando permitimos que una persona se desahogue narrando episodios negativos de su vida y al finalizar la conversación vemos que no ha habido ni un ápice de construcción en positivo, ni por su parte ni por la nuestra, es fácil que con la mejor intención hayamos estado jugando el papel de Salvador con esa persona.

Cuando se vive en este Triángulo Dramático, uno está constantemente mirando hacia afuera para justificar lo que le pasa, culpar a un tercero de sus miserias y desgracias y encontrar a algo o alguien que le salve y le haga sentir seguro y bien. Cuando se mira al pasado desde esta perspectiva, se le ve lleno de Víctimas, Perseguidores y Salvadores, y es fácil dar por supuesto que el futuro será más de lo mismo. Uno se siente vendido, sin capacidad de actuar sobre su vida, dependiendo de otros. Como sientes que has sido una Víctima en el pasado, proyectas tu futuro para evitar ser unaVíctima otra vez, con lo que es fácil que te conviertas en un Perseguidor del que en su día te persiguió a ti.


Cuando asumimos que esta es sencillamente la forma en la que son las cosas, esta creencia (falsa creencia) pasa a nuestro subconsciente y nos comportamos de esta forma, perpetuando el Triángulo Dramático y auto-cumpliendo nuestra propia profecía. Pero este triángulo es en realidad una mutación tóxica de lo que son las relaciones humanas. En próximas publicaciones veremos cómo salir de este triángulo y cuál es la alternativa a estos tres roles. 

lunes, 12 de enero de 2015

El Triángula Dramático (V): La tentación del "Salvador"

por Isa Sala


Como vimos en la publicación de Elena Longo El Triángulo Dramático (II), el Salvador es el que libera a otro de un confinamiento, peligro o mal. Puede también intentar aliviar o disminuir el miedo o algún otro sentimiento negativo de la Víctima. 

Al igual que ocurre con el Perseguidor, no es siempre una persona. La adicción al alcohol, a las drogas, al sexo, al trabajo, al juego....todas las adicciones, son de hecho una forma de rescatar a la Víctima de sentir unos sentimientos que le hacen daño o le son desagradables. Cualquier cosa que nos ayude a evadirnos o a escapar de una realidad que no nos gusta pero sin cambiarla de forma positiva, hace el papel de “salvador”.

Cuando una persona toma la iniciativa de colocarse en el papel de Salvador de otra, lo hace inicialmente con una sincera intención de ayudar, pero de hecho con frecuencia refuerza el papel de "pobre de mí" que tiene la Víctima, al decirle de forma implícita o explícita, "pobre de ti". Así que al final en lugar de apoyar y ayudar a la Víctima a tirar para arriba, lo que hace es reforzar su sensación de impotencia y de estar estancada, empujándola hacia abajo. Sin darse cuenta, permite que la Víctima se siga sintiendo poca cosa, aunque seguramente no hay nada más lejos de su intención. La Víctima en ocasiones se acaba incluso sintiendo culpable y avergonzada por necesitar ser rescatada y se vuelve dependiente de la acción salvadora. 

Este juego de roles, Víctima/Salvador, se da con mucha frecuencia en el Opus Dei, donde los Directores son los únicos transmisores de la voluntad de Dios para los miembros de la Institución a los que dirigen; hasta en lo más pequeño. Todo había que consultarlo, para todo nos tenían que dar permiso; porque “obedeciendo no nos equivocábamos”. Es decir, obedeciendo nos salvábamos, o dicho de otra forma, nos obligaban a obedecer para que nos pudiésemos salvar, como si aplicando nuestro propio criterio no fuésemos capaces de hacerlo, “pobres de nosotros”.

La aplicación sistemática de este patrón de comportamiento durante un periodo prolongado de tiempo, es fácil que desemboque en la sensación de necesitar siempre que alguien nos diga lo que tenemos que hacer, que nos dé permiso o nos autorice a hacer todo lo que hacemos y nos sintamos mal cuando hacemos algo que nadie ha autorizado –aunque sea lo más pequeño, como echarnos una pequeña siesta porque estamos agotados- , que no seamos capaces de tomar decisiones incluso de poca transcendencia por nosotros mismos, que desconfiemos de nuestro criterio y de la capacidad de nuestra conciencia para indicarnos el camino correcto. Por eso, cuando una persona deja el OD, es frecuente que note la tendencia a buscar algo o alguien que sustituya a los Directores y le proporcione certeza y seguridad en su nueva vida fuera de la Institución.

El mensaje del “Salvador” puede sonar más o menos así: “pobrecito, después de tanto tiempo en el OD no sabes cómo valerte por ti mismo, incluso puede que en lo material más básico, pero aquí estoy yo para ayudarte haciéndolo por ti o diciéndote desde mi experiencia qué es exactamente lo que tienes que hacer”. Este mensaje que en un primer momento puede resultar tentador porque nos facilita las cosas, suele tener consecuencias poco recomendables. Porque la verdad es que tú eres perfectamente capaz de tomar las decisiones necesarias para construir la vida que quieres vivir a partir de ahora. Si necesitas consejo o asesoramiento pídelo, todo el que necesites. No te apresures en tomar decisiones, tómate el tiempo que te haga falta, pero tienes que ser tú el director de la película de tu vida, no solo el protagonista. Porque nadie te conoce mejor de lo que tú lo haces, nadie (por mucho que te obligue a contárselo todo con una sinceridad salvaje...) tiene más información acerca de ti que tú mismo y por lo tanto si alguien puede sacar de ti lo mejor, ese eres sin duda alguna tú.

Lo que en el fondo mueve al Salvador es, al igual que le ocurre al Perseguidor, el miedo. El Perseguidor tiene miedo de perder el control y por eso controla, y el Salvador tiene miedo de perder el propósito, la razón de ser. El Salvador necesita una Víctima a la que salvar para aumentar su propia autoestima. Salvar a los demás le da un cierto sentido de superioridad que enmascara su miedo a sentirse insuficiente. El Salvador se siente bien consigo mismo a base de negar la capacidad de la Víctima para satisfacer sus necesidades por sí misma. Fomentan la dependencia de la Víctima hacia ellos haciéndose indispensables para que la Víctima tenga la sensación de "estar bien".

Esto no lo hacen generalmente de forma consciente y abierta, sino más bien de forma sutil y con frecuencia escondida tras una apariencia de “lo hago solo pensando en lo mejor para ti, para ayudarte, para que estés bien”. Pero ninguna ayuda que a corto, medio o largo plazo te reste capacidad de decidir por ti mismo, de ser autónomo e independiente en la gestión eficaz de tus emociones, es de hecho una verdadera ayuda. Es ponerte un pescado encima de la mesa todos los días en lugar de enseñarte a pescar, de forma que siempre necesites estar cerca de la persona que te suministra tu ración de pescado diaria para saciar tu hambre y poder sobrevivir. Es hacerte dependiente (o en este caso, que sigas siendo dependiente).

La experiencia de los demás a tu alrededor es sin duda algo valioso que puede serte útil como información, pero eres tú el único que anda la vida dentro de tus zapatos y por lo tanto el que tienes que crear tu propia experiencia a medida que vives. La experiencia vital es algo personal e intransferible que vamos generando a medida que tomamos nuestras propias decisiones. 

Por eso la figura de un Salvador puede resultar tentadora y muy cómoda sobre todo al principio, cuando nos sentimos perdidos en tantos temas a la vez, pero a medio y largo plazo solo consigue mantenernos en la inmadurez emocional y por lo tanto nos incapacita para liderar nuestra propia vida. Ocurre además con relativa frecuencia que los que se erigen en Salvadores de otros no tienen resuelta su propia vida de forma satisfactoria, y al ponerse a resolver la de los demás lo único que hacen es apartar la vista de sus propios problemas. Y nadie puede dar a los demás lo que no tiene…

El momento en el que te encuentras ahora puede parecerte sin duda complicado, pero si le das la vuelta es también una oportunidad excepcional para que tomes las riendas de tu vida y aprendas a confiar en tu criterio y tu conciencia al tomar las decisiones que irán dando forma a la vida que quieres vivir ahora.


viernes, 2 de enero de 2015

Trabajar con un Diario

por Elena Longo


El primer periodo después de nuestra salida del Opus Dei puede ser a menudo una temporada de mucho lío interior: después de una época de vida, que puede haber durado años, en la que hemos vivido en la persuasión interior de tener un hilo directo con Dios, de que nos encontrábamos en este mundo para una gran misión, de que nuestra vida era una historia épica disimulada en las pequeñas cosas de la cotidianidad, poco a poco la realidad nos ha desilusionado y la vuelta a una vida dentro de un mundo en el que quizá nos encontramos desorientados nos puede hacer sentir vacíos, sin contenido ni rumbo.

No obstante, esta es, o puede ser, una temporada de gran evolución interior, una época de “reconstrucción”. Pero una reconstrucción que ya no nos llega desde el exterior sino que tiene que empezar y seguir desde nuestro centro interior.

Una ayuda muy importante en este trabajo puede ser la escritura de un Diario. Quizás al comienzo esta idea nos puede molestar, por recordarnos una costumbre de nuestra vida recién pasada. En cada centro de la Obra, efectivamente, se lleva un diario en el que se reflejan los acontecimientos exteriores del centro. Pero no se trata de lo mismo. Se trata, más bien, de dedicarnos a registrar nuestro recorrido cotidiano más íntimo y personal.

Este trabajo tiene dos grandes ventajas. En primer lugar nos puede ayudar a vencer los momentos de descorazonamiento, porque el trabajo de reconstrucción es un trabajo muy largo, en el que se aprecian mejorías y victorias solo con el paso del tiempo, un tiempo que muchas veces puede transcurrir muy lentamente y en el caso de que sea así es difícil llegar a percibir estos cambios y estas victorias interiores. Nos puede parecer que estamos estancados siempre en el mismo punto, sin salida. En cambio, volver de vez en cuando a leer nuestras dificultades, preocupaciones, derrotas y victorias de hace una temporada nos ayuda a darnos cuenta de que sí estamos mejorando, madurando y superando nuestro pasado.

La segunda ventaja consiste en que este trabajo de escritura puede en muchos casos, en los que las contradicciones y los sufrimientos de la vida pasada no han conseguido provocar situaciones hondamente patológicas, substituir un tratamiento psicoterapéutico o al menos apoyarlo y darle mayor eficacia.

Para que este trabajo de escritura sea algo realmente constructivo es importante que nazca de este “amor por sí mismo” del que ya hemos hablado en muchas ocasiones en este blog. No se trata de escudriñar nuestra conciencia, de juzgarnos y de sufrir por lo que nos pueda parecer negativo en nuestra conducta diaria; no es la versión laica del examen de conciencia, sino más bien algo que nos pueda ayudar a tomar un poco de distancia de nosotros mismos, de nuestras cotidianas reacciones emotivas para reconocerlas y aprender a manejarlas. Algo que nos ayuda a conocernos mejor y volvernos “nuestros amigos”, nuestros mejores amigos. Nos puede ayudar a echar luz sobre nuestras reacciones automáticas y a volverlas más auténticas, si las vemos adecuadas, o a debilitarlas poco a poco si las percibimos inadecuadas.

Hay muchas cosas de nosotros que quizás queremos cambiar en nuestra nueva vida, pero sólo se puede cambiar aquello de lo que se tiene consciencia y conocimiento.

Además quizás experimentaremos que el acto de escribir encierra una peculiar forma de creatividad. Habrá ocasiones en las que comenzaremos a escribir describiendo algo problemático y acabaremos la escritura teniendo una solución o una clave de lectura. Esto pasa porque no se puede encontrar una respuesta si no se conoce la pregunta: el esfuerzo para formular la pregunta, para traducir en conceptos inteligibles el lío que nos agita interiormente, permite a nuestro corazón y a nuestro intelecto encontrar la respuesta adecuada.

Aunque escribir un Diario nos puede parecer al comienzo una actividad subjetiva, en realidad es un acto que nos lleva a salir de la subjetividad de fantasías, juicios, hipótesis de lectura de la realidad para describir hechos. Esto ya es mucho. La mayor parte del tiempo nos dedicamos a vivir una vida paralela a la vida real dentro de nuestra cabeza, que interpreta lo que nos pasa, repartiendo culpas y responsabilidades por el pasado y anticipando temores o ambiciones hacia el futuro. Esta actividad mental tiene el grave defecto de impedirnos vivir el único tiempo real: el presente. Revisar nuestro día actual registrando los hechos en la escritura de un Diario nos puede ser de ayuda a la hora de despojar los hechos de nuestras interpretaciones. Por supuesto, esto no significa ir registrando todos los acontecimientos del día, sino centrarnos en trabajar sobre los asuntos que nos afectan más hondamente, en el bien o en el mal.

Tomar distancia y observar.

No buscando una objetividad que no existe, por ser cada uno de nosotros un ser concreto e histórico, sino buscando una distancia que nos otorgue perspectiva y, por eso mismo, nos ayude a ver mejor.

Muchas de las cosas que nos pasan cada día, aunque nos despierten hondas reacciones emotivas, a menudo se olvidan y no llegan a traducirse en una experiencia constructiva. Volvemos una y otra vez a caer en los mismos errores. En cambio, la elaboración escrita de lo que ha pasado y de cómo nosotros hemos reaccionado y de como nuestra reacción se ha revelado adecuada o no, nos ayuda a volver todo esto una experiencia en el sentido más hondo de la palabra; algo que va a edificar o a consolidar nuestro bagaje interior personal y a influir, mejorándola, en nuestra vida personal futura. Y cuando volvamos a leerlo dentro de un tiempo, podremos evaluar aún más lo correcto o incorrecto de nuestra actuación, a reforzarlo o rectificarlo. Y también podremos apreciar el camino recorrido y alegrarnos de nuestros éxitos y fortalecer nuestra autoestima.


En un post sucesivo iremos analizando cómo realizar este trabajo en la forma más eficaz.

miércoles, 3 de diciembre de 2014

El Triángulo Dramático (IV): Profundizando la relación Víctima/Perseguidor

Isabel Sala


Como vimos hace unas semanas en la publicación de Elena El Triángulo Dramático (II),el Perseguidor es un papel simbiótico con el de la Víctima. Nunca aparecen separados, siempre que haya una persona que se coloque en el papel de Víctima, necesitará encontrar un Perseguidor que lo justifique. Y siempre que alguien adopta el papel de Perseguidor ha escogido una Víctima a la que perseguir (controlar, culpar, castigar, juzgar, criticar de forma destructiva…).

Es importante recordar que el Perseguidor no es siempre una persona, sino que puede ser también una circunstancia (la crisis financiera, el coche que me han robado, la lluvia que no cesa…) o una condición (cada vez tengo más canas, me aumentan las dioptrías con la edad, una enfermedad que nos limita…).

Al buscar un Perseguidor, la Víctima está rechazando tomar la responsabilidad por las cosas que le ocurren y no le gustan. Atribuir una causa externa a lo que nos pasa parece que nos exime de hacer algo para cambiarlo (no depende de nosotros el hacerlo) y nos deja inermes e indefensos ante los acontecimientos. La Victima se siente impotente, porque le da al Perseguidor toda la capacidad de cambiar las cosas y asume su falta de voluntad para hacerlo, con lo que se siente atrapada. Cuando de hecho no es que al Perseguidor le falta la voluntad de cambiar las cosas para un mayor bien de la Víctima, sino que no es él quien debe hacerlo sino la Victima misma: cuando algo no te gusta, siempre hay algo que puedes hacer; básicamente puedes cambiarlo, apartarte de ello, o aceptarlo. 

Un sentimiento que se desarrolla con mucha frecuencia por la Víctima es el resentimiento hacia lo que considera su Perseguidor. Este resentimiento le mueve a colocarse a su vez en papel de Perseguidor en cuanto tiene oportunidad para vengarse. Al cambiar a papel de Perseguidor, coloca al que era el Perseguidor en el papel de Víctima. 

El que es colocado por la Víctima en el papel de Perseguidor, con frecuencia no es consciente del rol que se le ha asignado, solo ve que otra persona le culpa de sus desgracias y reacciona de forma hostil o incluso agresiva hacia él, lo que con frecuencia le lleva a identificarse con el papel de Víctima que se le ha asignado. Es muy frecuente que ambos acaben viéndose como Víctimas y viendo al otro como su Perseguidor. Estas situaciones pueden enquistarse en el tiempo dando lugar a situaciones de bloqueo con difícil resolución. Solo se sale de ellas cuando una de las partes rechaza el papel de Víctima y se desentiende del “juego”.

Cuando el Perseguidor es una circunstancia, no hay una personalización pero sin duda la Víctima se toma las cosas de forma personal. “Todo me pasa a mí”, “estoy gafado”, “qué mala suerte tengo”, son frases que delatan a la Víctima de sus circunstancias. 

Prácticamente todos los Perseguidores son antiguas Víctimas, que temen más que nada el volver a serlo. Digamos que aplican eso de que la mejor defensa es un buen ataque… El Perseguidor al igual que la Víctima actúa desde el miedo, especialmente el miedo a perder el control, a no poder decidir por sí mismo, a no poder hacer lo que quiera, a que controlen hasta los detalles más pequeños de su vida. Así que para evitar que esto ocurra, intenta controlar él a los demás, imponiendo de forma radical y en ocasiones autoritaria sus opiniones, principios y creencias (de las más elevadas a las más básicas) a los demás. Para hacerlo, tiene que desacreditar las de los demás con la crítica nada constructiva, la burla y en general con el desprecio. 

Cuando estábamos todavía en el OD, andando el camino que nos acabaría sacando fuera, es probable que nos hayamos sentido, en algún momento al menos, perseguidos y maltratados, juzgados, rechazados, repudiados… Cuando salimos también. O que se nos impuso una forma de vivir y hacer las cosas con la que no estábamos de acuerdo pero que de alguna forma no pudimos hacer otra cosa que acatar (una oportunidad profesional que no se nos dejó aceptar, unos estudios que no se vio conveniente que hiciésemos, una visita a nuestra familia que no se autorizó, etc). Al salir, es fácil caer en la trampa del efecto péndulo, como decía Elena, e imponer nuestra voluntad hasta en lo más pequeño y por encima de las necesidades de todos los que tenemos a nuestro alrededor. Al habernos sentido Victimas de la falta de libertad, ahora nos empeñamos en hacer uso constante de ella, lo cual está bien, pero en ocasiones podemos incluso llegar a utilizarla como un modo de atacar al que fue nuestro Perseguidor: “que no me dejabais hacer esto?, pues ahora elijo hacerlo”. A lo mejor no siento la necesidad de hacerlo, o incluso me trae consecuencias poco deseables, pero lo hago porque me da la gana y que se fastidien. Me estoy colocando al hacerlo en el papel del Perseguidor y convirtiendo a las Institución en Victima haciendo lo contrario de lo que en ella se predica a propósito como una forma de  demostrarle que ya no tiene poder sobre mí. Nos empeñamos a veces en elegir hacer cosas que no nos hacen bien solo porque antes no podíamos hacerlas, o sencillamente porque son lo contrario de lo que se nos decía que hiciésemos. Como alternativa a esta reacción inconsciente del efecto péndulo, tenemos la opción de la respuesta consciente que nos lleva a ponderar la bondad de las cosas y a elegir conservarlas o descartarlas en función de dicha bondad solamente. 

En el polo opuesto a este nos colocamos cuando a pesar de estar desvinculados de la Institución nos empeñamos en seguir en el papel de sus Víctimas, al consentir que tenga influencia sobre lo que hacemos y la forma en la que vivimos nuestra vida ahora. Cuando consentimos que condicione lo que hacemos o dejamos de hacer porque nos dan miedo las consecuencias del ejercicio de su poder sobre nosotros, estamos perpetuándonos en nuestro papel de Víctimas. Quiero remarcar que la prudencia en el obrar no es lo mismo que el miedo. Cuando nos gustaría hacer una cosa y no la hacemos porque tenemos miedo de las represalias que la Institución pueda tomar con nosotros, nos estamos poniendo de nuevo en el papel de Víctima impotente y colocando al OD en el papel de Perseguidor poderoso que nos impone su voluntad (o no nos permite hacer la nuestra, que viene a ser lo mismo). Cuando por el conocimiento que tenemos de la Institución elegimos no hacer determinadas cosas que en otras circunstancias sí que haríamos, con la intención de que no imposibiliten la consecución de algún objetivo concreto de nuestra elección, entonces estamos siendo prudentes. En el primer caso le damos el poder a la Institución y en el segundo lo tenemos nosotros. Una Víctima con poder no es Víctima.

Cuando nos damos cuenta de que criticamos a menudo lo que hace o dice el OD como Institución o lo que hace alguien que nos conste que es del OD por el mero hecho de que lo es; cuando nos encontramos en la necesidad interior de dudar siempre y de antemano de las intenciones y de sospechar de lo que hace alguien que sabemos que es del OD; cuando criticamos de forma sistemática y destructiva todo lo que tiene la más mínima relación con el OD sin averiguar si quizás aquella cosa concreta puede ser acertada en esas circunstancias; cuando juzgamos con más severidad a una persona cuando sabemos que es miembro del OD; cuando somos más intransigentes con los que sabemos que son miembros de la Prelatura; cuando nos erigimos en jueces de sus acciones porque pretendemos acertar sus intenciones; cuando asumimos las razones que les mueven a actuar o a no hacerlo; etc, etc, etc, nos estamos colocando, aunque de forma inconsciente, en el papel de Perseguidores buscando una salida al dolor que sentimos en su día como Víctimas. La trampa está en que de esta forma solo reforzamos nuestro propio papel de Víctimas, porque lo volvemos a hacer presente, lo volvemos a actualizar cada vez que actuamos como Perseguidores del que consideramos nuestro antiguo Perseguidor. La única forma de salir de este círculo vicioso y destructivo es abandonar conscientemente el papel de Víctima y adoptar el papel de Creador de nuestra propia vida. Pero eso lo veremos en más detalle en una próxima publicación.